Edmundo Rivero en Argentina Tango / España - En un viejo almacén del Paseo Colón

Como ya dijimos en Tango argentino. Chamuyo de Edmundo Rivero con Roberto Selles antes del espiante, estos encuentros entre don Edmundo Rivero y el estudioso del tango argentino, Roberto Selles, se produjeron en los meses previos a la partida de `El feo que canta lindo´. Fue publicada en la creación de Félix Luna, la revista Todo es Historia de septiembre del `87. Vamos a la segunda parte y aún quedará una tercera entrega.
Con Edmundo Rivero en un viejo almacén del Paseo Colón
Por Roberto Selles, Buenos Aires, Argentina
Esta charla se llevó a cabo en El Viejo Almacén. Pero no fue realizada totalmente allí. Se completó con otros dos encuentros; uno en un café de la avenida Santa Fe, el otro en la Academia Porteña del Lunfardo. Imposible obviar, en consecuencia, ese templo del tango donde transcurrió la mayor parte del diálogo y que se halla a pocos metros de Paseo Colón, donde Juan Andrés Caruso ubicó aquel viejo almacén mencionado en el tango Sentimiento gaucho, que le dio nombre
Rivero, ¿cómo surgió la idea de instalar “El Viejo Almacén”?
Fue una ocurrencia de Carlos García y Álvarez Vieyra. Y también mía. El proyecto nació una noche, mientras nos encontrábamos cenando. Nos entusiasmamos y tratamos de ubicar un sitio adecuado. Y lo encontramos en una antigua casona de Independencia y Balcarce. Era un edificio con historia; en tiempos de la colonia había funcionado allí el Hospital de Hombres, más tarde se convirtió en el Hospital Británico -donde se llevó a cabo la primera operación con anestesia en Sudamérica- y luego fue una “tienda de ultramarinos”.
El tiempo parecía haberse demorado entre aquellas paredes. Era lo que necesitábamos. El 8 de mayo de 1969 lo inauguramos. Aquella noche actuaron los binomios Horacio Salgán-Ubaldo De Lío y Ciriaquito Ortiz-Edmundo Zaldívar, la orquesta de Carlos García y los cantantes María Cristina Láurenz y Félix Aldao. La presentación estuvo a cargo de Horacio Ferrer.
Por entonces, compusimos una milonga con Horacio. La titulamos Coplas del Viejo Almacén (La voz profunda y comunicativa del cantor nos arrima una de las coplas): "En este Viejo Almacén / tengo un coro de gorriones/ sabios, poetas y chorros; / se mezclan por los rincones / un tango de antiguos sones / y un son de tangos cachorros."
Rivero en Japón
Fue por entonces cuando usted viajó al Japón...
Un año antes, en el 68. Podría contarle tantas cosas acerca de ese pueblo maravilloso... Algo que me impactó y habla de la sabiduría de los japoneses: yo había observado que todas las mañanas la gente se inclinaba ante la puerta de su sitio de trabajo; no comprendía el motivo y lo averigüé; me respondieron que acostumbraban a hacer eso para agradecer a Dios por haberles dado un día más de trabajo. Otra cosa: cuando hacen huelga, los japoneses van a trabajar, pero usan un distintivo que indica su adhesión a la misma. Es un pueblo con una cultura y una filosofía milenarias. Nunca podré olvida el cariño, la admiración y la cortesía de los japoneses durante mis actuaciones.
El lunfardo
Pasando a otro tema, usted es el primer compositor que ha puesto música al soneto lunfardo.
Nadie lo hizo antes. Seguramente, porque el soneto es breve y difícil de musicalizar, debido a sus tercetos. A mí me interesaron porque tanto esa forma poética como el vocabulario lunfardo son sintéticos, en pocas palabras pintan al mundo. Además, las acepciones lunfas embellecen la poesía.
He rescatado para el cancionero a los grandes poetas de nuestra jerga: Carlos De la Púa, Felipe Fernández "Yacaré", Iván Diez, al principio; Celedonio Flores, después; finalmente, algunos de los actuales, entre ellos Juan Bautista Devoto, Nyda Cuniberti o Enrique Otero Pizarro, ya fallecido, que firmaba como “Lope de Boedo” y escribió sonetos tan estupendos como éste que se titula "Dos ladrones":
“Hay tres cruces y tres crucificados en la más alta, al diome, el Nazareno.En la del wing lloraba el chorro bueno mangándole el perdón de sus pecados. Escracho torvo; dientes apretados, marcaba el otro lunfa el duro freno del odio, y destilaba su veneno con el rechifle de los rejugados. ¿No sos hijo de Dios? Dale. Salvate. Sos el Rey de los Moishes, arranyate.¿Por qué no te bajás? ¡Dale, che, guiso! Jesús ni se mosquió. ¡Minga de bola! Y le dijo al buen chorro: Estate piola que hoy zarparás conmigo al Paraíso”.
¿Qué bonito, no?...
Sin duda, un poeta "a la gurda", como correspondería decir. Pero, generalmente, usted recita el primer terceto, ¿por qué?
Lo hago simplemente para variar.
¿Qué me dice de estos versos, Edmundo? "Cuando, llegue el final, si la de blanco/ me lleva con el cura antes que al hoyo,/ que el responso sea el lunfa, así lo manco./ Yo no aprendí el latín, de puro criollo".
¡Ah, sí! Pertenecen a un poema mío, A Buenos Aires.
¿Qué otros poemas lunfardos ha escrito?
Unos cuantos... Todos sobre personajes que he conocido, que me ha acercado la noche, como Aldo Saravia, el de la toalla mojada. Lo conocí “en un ambiente turbio de nocheros”, quinieleros, malandras, cafishios. Saravia solía contar sus aventuras como explotador de mujeres. Decía que las fajaba con una toalla mojada y que tenía diferentes técnicas, como las de agregar sal fina o gruesa al agua en que la sumergía, según los casos. Y refería todas estas cosas con una voz especial, de pesado, que sólo usaba de noche. En realidad, había cierta confabulación, entre quienes lo escuchábamos, para creerle todas esas fantasías.
A Osvaldo Pojatti le escribí un soneto que titulé A un nochero que quiso ver el sol. Pojatti era un nochero bravo, respetado por malandrines y policías. El amor lo arrancó de las sombras nocturnas y terminó, con una esposa y tres hijas, levantándose con el sol.
Otro de esos personajes es Domingo, el conserje de un hotel marplatense. Parábamos allí con Julieta y Domingo nos trató siempre con el mayor respeto. En una oportunidad, caímos a Mar del Plata y el conserje inesperadamente nos abrazó y comenzó a tutearnos. No entendíamos nada. Después nos aclaró: "Ahora soy un hombre de la noche como vos, Edmundo, ¡qué fenómeno es el ambiente nochero! Desde que laburo de cheno soy otra persona". Un tipo así no se me podía escapar y le escribí A un nochero. Siempre se sintió honradísimo con la última estrofa, en realidad, iba a modo de cargada: “Veo en vos a Cacho Otero,a Picabea, a Ruggero,Julio el Gallego y con él a cafiolos y punguistas, cuenteros y descuidistas. ¿Querés más?... ¡Vos sos Gardel”
¿No se le ha ocurrido publicar esos poemas en libro?
No sé... Escribo mis poemas para mis amigos. Pero, tiene razón, quizás alguna vez publique los que he escrito sobre personajes de Buenos Aires. Ahora estoy escribiéndoles a los pintores porteños.
Ya continuaremos con esta charla de Roberto Selles con Edmundo Rivero, que ahora nos comenta y canta su tema, La Toalla Mojada. Cuando le explica al público sobre la historia de Aldo Saravia, el personaje de la milonga, se refiere a los “papelitos” que se pasaban en el cabaret cordobés “cerca de la Cañada”. Y acota en esos años 70 que esos papelitos para esnifar eran “muy conocidos últimamente y que se venden en todo el mundo, menos en nuestro país”. Claro, después progresamos.
La Toalla Mojada
Milonga (1969)
Letra y música de Edmundo Rivero
Era un ambiente turbio de nocheras
Cerca de La Cañada
Había una milonga, el Chantecler
Alias “toalla mojada”...
Era un ambiente espeso de varones
Shacadores de minas y malandras,
Había un tayador y lo llamaban
Por nombre... Aldo Saravia.
No había escruche, ni “peca” ni a copera
Que no diera mancada,
Y a la Chichi Toyufa, la fajaba
Con su toalla mojada.
Por eso era famosa esa milonga
Por ese Aldo Saravia,
Tayador de la vida y de sus cosas
Por su pinta y su labia.
Nunca hubo shomería en sus acciones
Ni taquero que sacara tajada,
Cuando él incursionaba papelitos
Sin darse la fajada.
Por eso me gustaba la milonga
De la toalla mojada,
Porque estaba el ambiente que yo quiero
Y el macho Aldo Saravia...
... Que le fajó hasta el nombre al Chantecler
Con su toalla mojada...
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