Luis Alposta, médico porteño que ausculta al tango argentino

Y lo hace desde siempre, con muchas y prolíficas décadas dedicadas a analizarlo, estudiar el lunfardo, producir él mismo letras de tangos y milongas donde esparos y lanceros están a la orden del día. En Buenos Aires, su ciudad, allá en Argentina, el Dr. Luis Alposta…
…con quien me siento unido, estimado Don Luis, en la admiración a un señor del tango cantado, que quien puede presumir que ha sido su amigo, otro Don… Edmundo Rivero
Nos dimos la mano por primera vez en 1968. Fue en una comida presidida de oficio por el inefable Barquina, con el fondo tanguero de la orquesta de “Pepe” Basso. Después, no hubo de pasar mucho tiempo para que pudiese comprobar que hasta los lugares comunes de la amistad eran, en él, algo común: a carta cabal, sin dobleces, sin renuncios, de los que no se empardan.
Quienes lo conocimos supimos bien que nunca hizo derroches de palabras, ni habló de sí más de lo necesario, ni siquiera cuando el éxito comenzó a acompañarlo. Tenía una particular manera de conversar.
En él no había palabras fuera de lugar. Hablaba como cantaba. Llamaba a las cosas por su nombre y, cada vez que afirmaba algo, en realidad era una sentencia. Tenía la valoración exacta que hacía de sus palabras, de sus gestos, de las inflexiones de su voz, la síntesis de algo que no abunda: humanidad. Era un hombre bueno y, tal vez, allí estaba el secreto de Rivero: en su bondad. No había palabras duras en él, salvo cuando hablaba de música.
Su sobriedad, el pudor con que manejó siempre su vida, el rigor casi místico que le impuso a su carrera, bastarían para darnos el perfil de un hombre que sabía convertir sus repentinos silencios en el dato más elocuente. Rivero prefirió siempre que se lo conociese por su música y su canto -la única elocuencia que le interesaba- y por la rectitud de su conducta.
Esa reserva y esa hombría de bien lo situaban en un plano de dignidad muy alejado de la mediocridad y de las mezquindades y hacían de él un amigo noble y leal.
-Yo tengo muchos amigos, pero a todos los trato de usted. Músicos, poetas o quien sea. Yo soy así.-, me confió una tarde, agregando luego:
-Tengo amigos de toda clase y con todos me llevo bien.
Es que para Rivero la amistad era una palabra mayor y, por lo tanto, algo que se brinda y se acepta sin condiciones ni abandonos.
Antes de meternos en harina, que dicen los españoles… ¿Cuál es su barrio natal? ¿Cuál aquella escuelita del primario? Y esos recuerdos de pibe andarín…
El nombre de un barrio es tan importante para uno como las cosas que identifica. Aunque mi entrada al mundo fue por Villa Crespo, donde viví sólo un mes, Villa Urquiza es el barrio que, con sólo ser nombrado, evoca en mí crónicas que forman parte de mi propia historia. La infancia; los primeros amigos; la escuela primaria; la maestra de tercer grado; el maestro de sexto…
Pertenecer a él significa, entre otras muchas cosas, reconocerlo y sentirlo como propio. Con sus calles y plazas, con sus cafés, sus clubes, sus antiguas casonas (cada vez menos) y sus nuevos edificios (cada vez más) y con el cine-teatro “25 de Mayo”, que sigue siendo nuestro orgullo. En síntesis: un entrañable lugar de pertenencia. Algo así como un microclima íntimo y vivencial. Una especie de segunda nacionalidad que tarde o temprano sacamos a relucir. Algo que no necesita de documento alguno para manifestarse.
Como en el poema de Gagliardi, soñaría con ver la placa bien lustradita… hasta que consiguió ese título
En Medicina, los maestros de mi generación pertenecieron en el orden intelectual y científico a la medicina hipocrática; se formaron al lado del enfermo y fueron clínicos consumados. En el orden moral vivieron el período romántico de la medicina y, generosos y probos, encarnaron el inolvidable médico de familia. Mi generación, por suerte, heredó muchas de esas virtudes.
En cuanto a mí, soy lo que siempre he querido ser: “un médico de barrio”. Nunca le di importancia a la “chapa”. Jamás la lustré. Me gusta más el título de “médico” que el de “doctor”.
Mientras tanto su otro mundo, el barrio, el tango consiguiente, las palabras inventadas por los habitantes del arrabal… todo eso seguía vigente y le ha hecho un lugar en su vida y actividades…
Que de “médico, poeta y loco todos tenemos un poco”, es algo cada vez más evidente a la luz de la medicina, sobre todo si sustituimos la palabra loco por neurótico, y aceptamos que para dejar de ser neurótico hace falta ser creador.
En lo personal, diré que mi primer contacto con la poesía fue siendo yo muy chico. Mi padre escribía versos, le gustaba la poesía y me transmitió su amor por ella. Solía recitar de memoria y con fruición a sus poetas preferidos. Todo eso fue música para mí y, desde entonces, comencé a leer poesía con avidez. A leer poesía y a conocer otros poetas. Y descubrí el valor de las metáforas.
En poesía, detesto las arengas, sin dejar por eso de estar convencido de que las injusticias, como el amor no correspondido, generan versos. Facit indignatio versum…La indignación improvisa versos… decía Juvenal.
Y mis versos, por suerte, también han generado cantos, como en el caso de Edmundo Rivero y ahora con Daniel Melingo (Compositor, entre otros, del tema Un bondi color humo, del Dr. Alposta).
¿Alguna vez alguien de uno de esos mundos se atrevió a espetarle “¡Rajá… si vos sos tordo! o al revés?
Ni una cosa ni la otra. Jamás.
Más que enumerarnos los libros escritos, poemas musicalizados, estudios… ¿De cuáles guarda un mejor recuerdo… vamos, cuales son sus preferidos?
En poesía: “Con un cacho de nada”
En prosa, un ensayo: “El Lunfardo y el Tango en la Medicina” – Los bailes del Internado
¿Y qué me elije de sus Mosaicos Porteños?
Como médico, elijo el que habla de la “patología de algunas palabras”. Y es este: Las palabras, como las personas, también suelen enfermarse. Por lo tanto, intentaré el diagnóstico de las que se escuchan dentro del ámbito hospitalario, clasificándolas médicamente.
Hay palabras que empiezan mal y terminan bien, llevando el problema en una letra, como si fuera una úlcera. Por ejemplo, gómito por vómito y cangrena por gangrena. Otras, en cambio, serían palabras con hemorroides, o sea que empiezan bien pero llevan el problema en su cola: quister por quiste, biopsis por biopsia y diabetis por diabetes. Están, también, aquellas que se nos presentan como desadaptadas según el lugar y el momento en que se las emplee. Por ejemplo: no es lo mismo hablar de materia fiscal en un laboratorio de análisis clínicos que en la AFIP.
Y no debemos olvidar tampoco las palabras con accidentes de trabajo, en las que el accidente se produce, precisamente, porque parece que cuesta trabajo pronunciarlas. Me refiero a las mutiladas. Es así como escuchamos prosta por próstata; apendis por apendicitis; varis por várices y analis por análisis. Los médicos, también solemos amputar y lo hacemos por comodidad cuando decimos eritro por eritrosedimentación o electro por electrocardiograma. Pero la comodidad nos juega una mala pasada cuando decimos gesta por gestación. Porque gesta significa un conjunto de hechos memorables vividos por algún personaje.
Si en algo nos diferenciamos de las demás criaturas es precisamente por el don de la palabra. Solamente el hombre puede narrar un cuento, recitar un poema, manifestar una opinión o decir una mentira. Esto ya es suficiente para que seamos más cuidadosos de la salud de nuestro lenguaje, y nos recuerda que hablar bien no cuesta trabajo y nos reporta beneficios.
Hemos publicado sobre sus libros con José Retik y es de agradecer el reunir los mundos distintos que transita como médico y tangólogo o como se de diga…
Con respecto a “Araca Lacan”, lo primero que surgió fue el título. Un título que, después, devino diálogo. Un diálogo que duró siete días, en el que intercambiamos ideas y entrelazamos citas de Freud y Lacan con letras de tango, poemas, voces y expresiones populares y anécdotas. Una especie de contrapunto que nos proporcionó deleite.
Con algo, también, de seminario. Un seminario integrado por sólo dos personas: él y yo. Un seminario sui generis en el que ambos, al mismo tiempo, éramos maestro y alumno. Yo me ocupaba de “Araca” y Retik de Lacan.
Hablamos del inconsciente, de la histeria, de la muerte, de la noche, del doble, de la madre, del aburrimiento, del tango, del lunfardo. Cuando hablamos del doble incluimos un tango dedicado al Dr. Jeckyl y Mr. Hyde. Cuando hablamos de la madre, la cita obligada fue un tango dedicado a Frankenstein. O sea que, el humor también está presente en estas páginas.
Uno siempre está tentado por preguntar sobre los proyectos, las cosas que ya tiene en marcha, a medio hornear…
“En esta hora”. Mi nuevo libro de poemas.
Esta vuelta de café se nos ha quedado corta, Dr. Alposta. Si le parece, pedimos otra ronda para que nos hable más aún de su relación con Edmundo Rivero
La noche en que fuimos presentados, Reynaldo Mompel recitó unos versos míos y Rivero, después de escucharlos, me dijo que le gustaría mucho poder musicalizarlos. Se los hice llegar y poco tiempo después me dio una gran sorpresa: no sólo había musicalizado mis poemas, sino que, además, los había grabado. Así nacieron el Poema Número Cero y, posteriormente, El Jubilado.
Aquí mismo quedamos citados y el chamuyo siempre será en torno a Su Señoría, El Tango… hasta pronto
Hasta cuando usted guste. Va un cordial saludo.
Gracias Don Luis… Usted acaba de citarlo, Poema Número Cero…
Poema Número Cero
Milonga
Letra: Luis Alposta
Música: Edmundo Rivero
Puedo escribir los versos
Más “lunfas” esta noche,
Puedo escribir, por ejemplo:
La mina esta forfait
Y en la grotesca mueca de su escracho,
La esperanza se deja ver un cacho
Cuando alguien le presenta un cusifai.
Puedo escribir los versos
Más “lunfas” esta noche,
Porque noches como éstas, el chiquilín
Me brindó la moneda rezagada,
Y el café, la vigilia trasnochada
Donde nació este hermoso berretín.
Puedo escribir los versos
Más “lunfas” esta noche,
Pero con gris de calle en la mirada,
Con nostalgia y pelusa en el bolsillo,
Frente a la negra boca de un pocillo
Me está por sorprender la madrugada...
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