Horacio Ferrer - Dícese de poeta del tango, uruguayo, rioplatense

Como tantos otros, de las dos orillas son sus orígenes. Padre uruguayo, madre argentina, nacido en Montevideo un 2 de junio de 1933. Antes de cruzar el gran charco dulce, Horacio Ferrer realiza en su país una importante tarea de estudio y difusión del tango, destacándose los programas de radio y televisión en SODRE, la cadena oficial de emisoras de la República Oriental del Uruguay.
Buenos Aires lo acoge como a tantos uruguayos que llegan para seguir cimentando la sólida estructura de la música ciudadana, el tango. Ya había participado en la creación, por proposición de Astor Piazzolla, de la obra lírica “María de Buenos Aires”. En los años siguientes, transitando las calles porteñas, habrían de llegar sus aportes en forma de tangos baladas donde va retratando a la ciudad y sus personajes, marginales pero llenos de aristas que los hace poéticos.
Así van llegando entre el `68 y `69 ese “Chiquilín de Bachín”, esa otra “La última grela”, las “Coplas del Viejo Almacén”, con música del alma mater de esa esquina del tango, Edmundo Rivero, donde fue desgranando sus decires las noches de esos años… aquel “Juanito Laguna ayuda a su madre” y, entre otros, el tema que no ganó un gran concurso de manera oficial, pero que sí lo hizo por el voto que vale, el del público, “Balada para un loco”.
En 1971 acomete una tarea ciclópea y sale a las librerías, con el sello de Ediciones Ossorio, “El libro del Tango, Historias e Imágenes”, dos volúmenes aún de gran vigencia en los que Horacio Ferrer compila y graba el paso de la gente del tango, los locales más famosas, las esquinas clásicas, esos personajes en apariencia tangenciales… pero que todos fueron y son hacedores de un milagro que se vive en unos tres minutos. Esta obra ha sido nuestra Biblia a la hora de realizar los guiones de tantos y tantos programas de tango, de cuando no estaba Internet y la información escrita y bien organizada brillaba por su ausencia.
Fueron años de cercos y glicinas, que le diría Cátulo Castillo a Homero Manzi, en los que el muchacho uruguayo dejó su impronta, abriendo ventanas grandes para el tango, para que entrara la brisa de su poesía para cantar, haciendo que el tango saliera de un socavón, producido más por la industria discográfica que por el sentimiento del pueblo, que siempre lo siguió sintiendo, silbando, viviéndolo.
Es muy difícil señalar una de sus producciones, decir “¡Ésta!”. Sin embargo y a mi gusto, hay dos temas que merecen ser escuchados y aún leídos con detenimiento. En esa mega ciudad que muchas veces nos da la espalda de cemento, que dijo Eladia, antes otras zonas del centro… la noche de la calle Corrientes… ahora el Puerto Madero, San Telmo… enceguecen nuestras miradas, sin dejarnos ver las almas que transitan con tristeza y dolor cada noche, las esconden.
Horacio Ferrer supo ver a ese pibe criado en la calle, que merodeaba entre las mesas de la Parrilla Bachín, y percibir la dureza de esas eternas noches, de las mujeres que se arraciman en los locales oscuros y antes humosos, donde el tango sigue recordando un poco una etapa de su venida para el centro.
Como quiera que una canaria aporteñada, que puede sentir el mundo de Argentina y el tango desde su Santa Cruz de Tenerife, María Cristina Alba, ha realizado un magnífico trabajo de interpretación en imágenes asociadas, de “La última grela”, cantado y recitado con soltura, prestancia y la hondura necesaria por Susana Rinaldi, es este tema el que nos sirve para ilustrar esta nota que quiere ser un reconocimiento más a la gran labor de Horacio Ferrer, también a la que realiza como presidente de la Academia Nacional del Tango, un montevideano más que ha cruzado con su talento para hacer de la Reina del Plata su escenario.
La última grela
Tango (1969)
Letra : Horacio Ferrer
Música : Ástor Piazzolla
Del fondo de las cosas y envuelta en una estola
De frío, con el gesto de quien se ha muerto mucho,
Vendrá la última grela, fatal, canyengue y sola
Taqueando entre la pampa tiniebla de los puchos.
Con vino y pan del tango tristísimo que Arolas
Callará junto al barro cansado de su frente,
Le harán su misa rea los fueyes y las violas,
Zapando a la sordina, tan misteriosamente.
Despedirán su hastío, su voz, su melodrama,
Las pálidas rubionas de un cuento de Tuñón,
Y atrás de los portales sin sueño, las madamas,
De trágicas melenas, dirán su extremaunción.
Y un sordo carraspeo de esplín y de macanas,
Tangueándole en el alma le quemará la voz,
Y muda y de rodillas se venderá sin ganas,
Sin vida y por dos pesos, a la bondad de Dios.
Traerá el olvido puesto, y allá en los trascartones,
Del alba el mal, de luto, con cuatro besos pardos,
Le hará una cruz de risas y un coro de ladrones
Muy viejos sus extrañas novenas en lunfardo.
Qué sola irá la grela, tan última y tan rara,
Sus grandes ojos grises trampeados por la suerte,
Serán sobre el tapete raído de su cara,
Los dos fúnebres ases cargados de la muerte.
Eduardo Aldiser
Memorial Rodolfo Ghezzi
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